El Arzobispo de Concepción, monseñor Fernando Chomali, plantea y reflexiona sobre la importancia de pasar de la “globalización de la indiferencia”, que nos tiene tan entrampados, usando palabras del Papa Francisco, a la “globalización de justicia y la solidaridad”, para alcanzar la armonía, la equidad, en paz.
En mi opinión, la pauperización de la vida social, que ha llevado a la rebelión de cientos de miles de chilenos, tiene varias causas. Las puedo resumir en las siguientes: La exacerbación del desarrollo económico – pensado como causa única y motor del bienestar -, en detrimento del desarrollo espiritual y moral, fuente privilegiada de justicia y equidad; haber considerado el trabajo una mera mercancía que se transa en el mercado según la ley de la oferta y la demanda; el empobrecimiento de la educación que ha relegado al último lugar las artes, la filosofía, la teología y la historia para darle espacio a los saberes que el día de mañana generarán más producción; el haber minimizado actos evidentes de corrupción en los más variados ámbitos de la vida nacional que atentaban en contra del bien común, además, con el agravante de que sus protagonistas son personas con altas responsabilidades y formación; una publicidad que promueve como valores el lujo y el consumo haciendo creer que la razón de ser del individuo es su propio bienestar, al margen del bienestar de los demás; haber ido generando una cultura del “tener” en detrimento de una cultura del “ser”; el empobrecimiento de la vida familiar debido a las largas jornadas de trabajo de sus miembros y un alto nivel de expectativas de toda índole no cumplidas; la ostentación de algunas personas de bienes de lujo; y, por último, el evidente interés de querer sacar todo vestigio de la experiencia religiosa de la cultura. En este contexto social y cultural se han instalado las justas demandas de millones de chilenos.
Se equivocan quienes promueven leyes teniendo como visión de sociedad de que el bien común es la suma de los bienes individuales. El bien común sólo se logra con la suma de acciones humanas empeñadas en la dirección de lograr justicia social, equidad y fraternidad. ¡Es tarea de todos! El actual sistema escolar, laboral y familiar no sólo no ayuda a lograr este noble fin, sino que además daña enormemente el tejido social, porque son causas de inequidad, de segregación, de tensiones personales y familiares y de frustraciones. Y ello, desde la infancia. Así se puede explicar el aumento de las tasas de suicidio entre los jóvenes y adultos mayores.
En este contexto aciago, donde ha habido tantos muertos y heridos, así como tanta destrucción a fuentes de trabajo de personas que se ganan el pan con el sudor de su frente, la anhelada paz llegará si rápidamente se toman medidas en favor de las familias más vulnerables, especialmente, donde hay niños y ancianos. El claro y categórico rechazo a la violencia de todos debe ir acompañado de medidas rápidas que ayuden a aliviar tantas penurias.
Llegó la hora de que cada uno contribuya con sus actos concretos y cotidianos a generar ambientes de paz en la casa, en el trabajo, en el barrio, en la ciudad; reconozca que sobre sus bienes grava una hipoteca social y la solidaridad sea un compromiso constante de todos y no meros eventos puntuales una vez al año. Junto a ello, los católicos estamos llamados a perseverar en la oración para que el Señor nos regale sabiduría, prudencia e inteligencia para leer lo que está pasando y actuar según los criterios de Dios y no los nuestros.
Ello, sólo será posible si terminamos de ocuparnos de nuestros intereses personales y comenzamos a ocuparnos, decididamente, por el otro, fundamento del bien común.Urge pasar de la “globalización de la indiferencia”, que nos tiene tan entrampados, usando palabras del Papa Francisco, a la “globalización de justicia y la solidaridad”. Ahí veremos florecer el país que todos queremos, armónico, equitativo y en paz.
+ Fernando Chomali
Arzobispo de Concepción
Noviembre 2019
Fuente: Conferencia Episcopal de Chile.