Obra Pontificia Unión Misional
La PUM, PONTIFICIA UNIÓN MISIONAL, nació el 31 de octubre de 1916 por inspiración del Beato Paolo Manna, misionero del PIME, con el objetivo de animar y formar a los fieles bautizados en su responsabilidad misionera a través del servicio pastoral de obispos y sacerdotes según el lema “Toda la Iglesia para todo el mundo”. Tras regresar a su identidad originaria de servicio a la fe y a la misión de todos los bautizados por manos de san Pablo VI en 1966, hoy persigue un nuevo modo operativo de formación misionera para todo el Pueblo de Dios. En 2016 se ha puesto en marcha una labor de escucha, estudio y discernimiento para comprender y atender las necesidades locales de formación permanente para la fe y evangelización de las Iglesias particulares, especialmente las vinculadas a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (CEP), en sus diversos sujetos eclesiales (fieles laicos, familias, jóvenes, catequistas, obispos, sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, con especial atención a las comunidades religiosas de fundación local y de derecho diocesano). El CIAM, CENTRO INTERNACIONAL DE ANIMACIÓN MISIONERA, fue fundado el 31 de mayo de 1974, siguiendo la línea del Sínodo de los Obispos, cuyo resultado estuvo marcado por la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, del Cardenal Agnelo Rossi, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (1970-1984).
Misión
A la luz de la única misión de Jesucristo entregada a la Iglesia en el Espíritu Santo, los compromisos formativos de la misión están llamados a una implicación creativa con la fe, la oración, el testimonio y la caridad de todo cristiano. Se trata de vivir y educarnos en la única comunión eclesial donde la Iglesia universal, las Iglesias particulares, las Iglesias de fundación más reciente, fruto del trabajo misionero de los siglos pasados, los institutos misioneros y de vida consagrada, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades de vida cristiana, puedan servir a la salvación de todos, la transmisión de la fe y la transformación del mundo en diálogo con la conciencia y la libertad de cada uno, con los pueblos, sus culturas y religiones.
Beato Paolo Manna
Paolo Manna nació en 1872 en Avellino, hijo de Vincenzo y Lorenza Ruggiero, una familia que llegará a tener seis hijos: dos serán sacerdotes, uno médico y otro profesor universitario. Huérfano de su madre cuando solo tenía dos años, fue criado por sus tíos paternos y pasó una adolescencia inquieta. Completó sus estudios en Roma para convertirse en sacerdote y después de leer “Le Missioni Cattoliche”, actualmente “Mundo y Misión”, en 1891 entró en el PIME y fue ordenado sacerdote en 1895. Partió hacia el este de Birmania, pero no pudo resistir ese clima tan húmedo y el calor-frío. Al igual que otros miembros de su familia, enfermó de tuberculosis. En 1905 regresó a Italia y se declaró “un misionero fracasado”. Peregrino en Lourdes, donde en lugar de pedira Nuestra Señora la sanación, pidió enamorarse de Jesús y entregar toda su vida a la difusión del Reino de Dios. En 1909 Manna fue nombrado director de “Le Missioni Cattoliche” y manifestó inmediatamente su extraordinaria pasión misionera: sin abandonar las características que la hicieron famosa, “Le Missioni Cattoliche” se convierte en un hervidero de propuestas y provocaciones. Casi en todos los números, Manna encuentra ideas para promover libros misioneros, folletos populares, calendarios, postales; llamamientos a las vocaciones misioneras, exhortaciones a rezar por los misioneros, etc.; inventa e inicia las “celadoras misioneras” en diócesis y parroquias para promover en Italia las Obras de la Propagación de la Fe y de la Santa Infancia (que aún estaban solo en Francia). En 1909, el padre Manna publicó “Operarii autem pauci” y envió el libro a San Pío X, quien respondió con una carta manuscrita, un hecho excepcional que aumentó el espíritu misionero del autor. Sin embargo, el libro fue prohibido en muchos seminarios diocesanos, porque encendía a los jóvenes en el amor por Jesucristo, invitándolos a dar su vida por el Reino de Dios en las misiones. En 1916 Paolo Manna fundó la Unión Misionera del Clero, aprobada por el Papa Benedicto XV, y en 1919 la revista “Italia Misionera” para las vocaciones misioneras; estableció “círculos misioneros” en los seminarios diocesanos, de los que procedían numerosas vocaciones para las misiones. En 1942 escribió “Los hermanos separados y nosotros”, que sacudió a la Iglesia italiana y, a pesar del tiempo de guerra, también hizo discutir a obispos y sacerdotes. En 1950, dos años antes de su muerte, escribió “Nuestras Iglesias y la propagación del Evangelio – Para la solución del problema misionero”, del que se desprende la encíclica “Fidei Donum” (1957) de Pío XII, que abre el camino de las misiones al clero diocesano. Manna afirma que todos los obispos y sacerdotes, los fieles bautizados, son responsables de la misión entre los no cristianos; el anuncio de Cristo no puede confiarse únicamente a las órdenes religiosas y los institutos misioneros: “Movilicemos y organicemos a toda la Iglesia hacia las misiones; hagamos del apostolado para la difusión del Evangelio un deber de todos los que creen en Cristo”. El volumen propone que se creen “seminarios misioneros en todas las provincias eclesiásticas” para enviar a las misiones sacerdotes diocesanos y laicos. La unión misionera del clero, fundada en 1916 con la ayuda decisiva de San Guido Maria Conforti, arzobispo de Parma y fundador de los misioneros javerianos, tiene como objetivo inflamar a los sacerdotes con el amor de Cristo y luego “encender en todo el pueblo cristiano una gran llama de celo apostólico por la conversión del mundo”. Y más adelante, en un largo y contundente artículo de 1934 en “El Pensamiento Misionero”, el Padre Manna se lamenta porque en la Unión Misionera se estaba tergiversando el espíritu de los inicios, reduciendo la asociación a un instrumento destinado a impresionar y a conmover para ganar dinero: “La obra de Dios no se mueve con estos medios”. La UMDC en pocos años se extendió por todo el mundo: en 1919 contaba con 4.035 miembros en Italia (incluidos el futuro Pío XI y San Juan XXIII), en 1920 eran 10.255, en 1923 alcanzan los 16.000 sacerdotes (más tarde la Unión también se extendió a los religiosos y religiosas). Manna estaba convencido de que todo en la Iglesia depende del clero: “La solución al problema misionero – escribía – está en el clero: si los sacerdotes son misioneros, el pueblo cristiano también lo será; si los sacerdotes no viven la pasión de llevar a Cristo a todos los hombres, el mundo cristiano no podrá hacer milagros… El espíritu misionero es ante todo una gran pasión por Jesucristo y su Iglesia”.